Tuesday, February 06, 2007

INCONSCIENTE

1
Una calle hermosa en bajada. De noche. Una vereda muy ancha, con árboles otoñales que dejan caer sus hojas a un lado y las paredes continuas de piedra-mármol pardas, al otro.
Camino veloz, bailando y cantando. Una niña pasa a mi lado corriendo sin conciencia, sólo cuerpo.
Abro los brazos y doy pequeños saltos y oigo mi voz mientras me dejo correr hacia abajo, sintiendo y aprovechando la fuerza de gravedad, el impulso, la inercia.
De modo un poco vertiginoso, presiento la dirección del camino y me dejo llevar.
2
Le señalo la palma de mi mano, que tiene un corte profundo.
De la herida de mi mano comienzan a crecer cristales blancos y transparentes, hermosos.
Es por la herida por donde se forma el cristal.
3
Me duele mucho la espalda. Percibo que estoy clavada a un cuadro mío, un espectro, que atraviesa mi espalda y mis brazos de lado a lado. Tengo los brazos extendidos.
4
Pájaros celeste blanco plateados muy hermosos mueven sus alas como desperezándose,
sobre un puente.
Cuando intento mostrárselos a alguien, no se ven, en cambio, se divisa un águila plateada (rugosamente plateada) que se acomoda con mucha precisión y movimientos casi mecánicos, sobre algo metálico y queda sentada como una esfinge o un mascarón de proa.
5
Una niña rubia dorada es devorada por otro ser humano, que arranca su carne con la boca, de la que chorrea sangre. Le está comiendo el corazón. Un león le come el corazón a una niña.
6
Somos jóvenes y navegamos de noche en un barco cápsula que tiene techo y ventanales de vidrio.
Diviso una costa, con perfiles de ciudad, un paisaje metafísico con azules negro profundos y una luz muy difusa que dibuja los contornos. En ese momento entiendo que el viaje se convierte en peligroso.
El barco comienza a hundirse.
Una cueva subterránea, teñida de una luz ocre. Me sorprende estar entera. Los sobrevivientes están mutilados, en sillas de ruedas, con piernas ortopédicas, prótesis de madera, algunas muy tecnológicas y otras como de un futurismo dadaísta. Sé que todos somos artistas.
Me pregunto como logré sobrevivir y no puedo recordarlo. Incluso no quiero recordarlo.
Un sobreviviente se pregunta cómo alguien va a amarnos así, siendo tullidos.
Dice: vamos a tener que amarnos entre nosotros.
Un sector de la cueva es como un set de filmación, con luces, cámaras, asistentes y
movimientos típicos.
Allí se está iniciando la reconstrucción, la representación del momento de la tragedia.

LA VIDA REPLEGADA


Amo el invierno.
Ese tiempo en que todo es concentración de lo que luego va a desplegarse.
Todo es interior. Vitalidad contenida. El momento de la máxima confianza.
De las líneas negras recortadas en el cielo brotarán pequeños trazos verdes o rojos o celestes.
Con mi cabeza de niña poblada de cuentos de hadas escritos en los países nórdicos, miraba extasiada la reproducción de este cuadro en la Pinacoteca de los Genios que llegaba a mi casa. Y adoraba las historias con nieve. Y entrar en el relato del fuego, que era entonces más fuego si ardía en el frío, porque el calor es más calor si hay nieve alrededor. Respirar el aire melancólico del fin del día, que acelera la sangre, hace cristal la mirada y borra los bordes.
La sensación de lejanía por los tonos fríos en el horizonte y los cálidos en primer plano, siempre lejos frío frío frío, cerca tibio tibio tibio, te estás por quemar.
El oro de los pastos secos, el morado verde pardo de los vestidos de los cazadores sobre el blanco manchado de la nieve-tela, los infinitos matices de gris de la ropa de los campesinos que avivan el fuego, el chisporroteo del rayo amarillo naranja, los patinadores de invierno sobre la fragilidad del agua convertida en hielo, hora de jugar.
Por aquí pasa la mujer que transporta el ato de leña seca, hace su aparición algún rojo óxido perfecto, emergen las colinas con su decidido diseño natural, llegan los pájaros, como anunciando.
Así era la vida replegada.
Después, la fiebre y los sueños me mostrarían el camino que iba a conducirme al secreto contenido. Como una cazadora, como presa y como lanza, de la mano de Bruegel y con el amor como maestro, iba a rasgar los pasadizos de la luz, trazar la vía, construir la máquina del tiempo. Y siendo yo misma una buena máquina traer para ahora, la virtud oculta, el tesoro escondido en el cuadro, como un espectrógrafo nos da a conocer la composición de una estrella lejana por su dibujo de los intervalos de color.
Desde dentro, del mismo modo en que el invierno contiene toda la información del verano, del otoño y de la primavera, el óleo contiene toda la historia de la pintura, como ADN que transporta en el tiempo la información de su génesis.
Al igual que había en mí una posibilidad replegada, esperando, las paletas de este cuadro guardaban en sus pliegues una historia.
Tomar entonces un pequeño fragmento del cuadro, identificar el color como una unidad de sentido y en un mismo movimiento paradojal transformarlo en otro cuadro y en sí mismo.
Convertir la historia de la pintura en infinitas paletas a mi disposición.
Desarrollar esos colores, extrapolados, como una escritura, uno después de otro, en todos los sentidos y desplegar mi pintura y mi pintora.
Construir las relaciones posibles de esa paleta como un espectro.
Un cuadro oculto por otro cuadro.
Pintura sobre pintura sobre pintura.
Un cuadro habitado por un espectro.
El fantasma de un pintor.
Yo misma como un espectro.

Esta es una historia que ocurrió hace mucho
mucho tiempo.